Ya ha pasado un mes desde que estoy aquí, un mes y sus días de pico que casi forman ya otro. Cobijado al calor de mi manto negro cual gitana trianera veo trepar por mi ventana el frío sibilino de otoño. Se acerca la temporada alopécica-vegetal. Para nosotros el periodo otoñal está lleno de romanticísmo y liricísmo histórico, pero seguro que ellos no se toman con tanta euforia la pérdida de sus cabellos clorofílicos. Seguro que si tuviese árboles en vista estarían ya en proceso de caída. El ruido, sin embargo, sí que lo tengo presente en todo momento. Cuando la ventana está abierta, ensordece el rumor constante de los coches y el estallido electrico de los cables del autobús. Cuando está cerrada es mi mente la que me rodea de ruido. Mi materia gris no deja de rular, algo que, según me dijeron no hace mucho tiempo, es algo privilegiado. A mí me ha traído buenas y malas noticias. A veces sí que me gustaría no tener este ruido interior, otras veces me da calma. Ains...las paradojas. Con la presencia de Baco sobreviendo mis escritos, creo que me dignaré a remodelar mi memoria en una forma mas comprensible para vuestros ojos.
Puedo deducir y deduzco, pues, que no os contaré nada de lo acontecido en la realidad, todo aquello fue demasiado plano y monótono como para que pueda interesar ni a la mas clásica de vuestras neuronas. En su lugar, buscaré en la máquina creadora de mi memoria y os recontaré aquello que sucedió en mi mente. Bien es verdad que algunas acciones y/o eventos puedan correlacionarse con la realidad y la ficción que recreo, pero es de suma inevitabilidad que al final deforme dicha realidad en recuperándola de los abismos cerebrales donde aguardan impaciente la mano de luz que las devuelva al aire exterior. Voy y volteo la mantilla y, al lío marío.
Todo esto, despues de la publicidad.
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