domingo, 16 de octubre de 2011

El que sigue la consigue

Ya ha pasado un mes desde que estoy aquí, un mes y sus días de pico que casi forman ya otro. Cobijado al calor de mi manto negro cual gitana trianera veo trepar por mi ventana el frío sibilino de otoño. Se acerca la temporada alopécica-vegetal. Para nosotros el periodo otoñal está lleno de romanticísmo y liricísmo histórico, pero seguro que ellos no se toman con tanta euforia la pérdida de sus cabellos clorofílicos. Seguro que si tuviese árboles en vista estarían ya en proceso de caída. El ruido, sin embargo, sí que lo tengo presente en todo momento. Cuando la ventana está abierta, ensordece el rumor constante de los coches y el estallido electrico de los cables del autobús. Cuando está cerrada es mi mente la que me rodea de ruido. Mi materia gris no deja de rular, algo que, según me dijeron no hace mucho tiempo, es algo privilegiado. A mí me ha traído buenas y malas noticias. A veces sí que me gustaría no tener este ruido interior, otras veces me da calma. Ains...las paradojas. Con la presencia de Baco sobreviendo mis escritos, creo que me dignaré a remodelar mi memoria en una forma mas comprensible para vuestros ojos.

Puedo deducir y deduzco, pues, que no os contaré nada de lo acontecido en la realidad, todo aquello fue demasiado plano y monótono como para que pueda interesar ni a la mas clásica de vuestras neuronas. En su lugar, buscaré en la máquina creadora de mi memoria y os recontaré aquello que sucedió en mi mente. Bien es verdad que algunas acciones y/o eventos puedan correlacionarse con la realidad y la ficción que recreo, pero es de suma inevitabilidad que al final deforme dicha realidad en recuperándola de los abismos cerebrales donde aguardan impaciente la mano de luz que las devuelva al aire exterior. Voy y volteo la mantilla y, al lío marío.

Todo esto, despues de la publicidad.

Ocurrió en la Rue Serlin

Tres figuras marchaban dedicadamente por las aceras lyonesas. Dos mujeres y un hombre, unos pasos adelantado. Por la Rue Serlin caminaban en dirección contraria hordas de franceses despreocupados de la belleza del Hôtel de Ville o de los coquetos tejados decadentes e inclinados de las casas, ensimismados con las maravillas de sus móbiles de pantalla quebrada y las pertenencias en sus bolsos. Poco despues de la entrada a la cámara de comercio italiana de Lyon venía un hombre en silla de ruedas electrica junto a la acera pero en el pavimento asfaltado diseñado para las ruedas de caucho mas que para los pies de los viandantes. Era uno de aquellos desafortunados (y digo esto desde la ignorancia de lo que es estar en esa condición) que se encuentran postrados de por vida sobre su sillín de cuero y cuatro ruedas minúsculas. De los que, por vicisitudes del destino o la genética, solo pueden mover una o dos partes de su cuerpo y el resto queda apoltronado en una posición imposible. La cabeza torcida sobre su brazo iquierdo, con el cual dirige la antedicha silla eléctrica, y las piernas lelas y atrofiadas tras años de desuso. De esos que dan aun mas pena por el hecho de que son mayores y llevan puestos viejos chándals de los 80 (en realidad estuvieron de moda en algun momento de su vida y, por ende, legítimamente llevados). Que recuerdan, sin importar la cara o la raza que sean, a un potencial abuelito que hubieramos podido tener.

La primera de las tres figuras, ligeramente adelantada y absorto en el rumbar del gentío por evitar pensar en la razón que lo separaba de las otras dos figuras, miró casi descardamente al hombre mayor que cabalgaba calle abajo. Primero fue por la rareza de aquella figura, ciertamente humana, cuyos años apilados habían moldeado a su silla. Las miradas se cruzaron lo suficiente para que el hombre cambiase de dirección incómodo. Pero luego volvió a mirar. En la pequeña cesta metálica que cuelga de la delantera de su vehículo, apretado entre bolsas blancas de contenido indistinguible (e irrelevante) un ramo de rosas perfectamente preparado, lazo rojo acorde y plástico perfectamente envuelto para protegerlas incluídos. Y en ese momento una angustia liquadora se arrebata del estómago del hombre que lo miró. Por dentro revoloteaban las notorias mariposas hitlerianas. ¿Cual era la razón de ser de aquella docena de rosas tan perfecta? Las emociones, como de costumbre, eran irracionales en ese momento. No puedo, por mas que lo intente, encontrar un justificante, una causa aparente para el pesar que amedrentó en ese momento al traseúnte.
La idea de que fueran un regalo solo lo entristeció más: si se las habían regalado le commovía el gesto pero le apenaba el hecho de que lo mas seguro es quienquiera que se las regaló lo hizo como gesto de cariño y nada más. Y lo hizo por cariño nada más porque en realidad nadie podrá amar a ese hombre de la misma manera que amarían alguien menos aquejado de problemas, y eso es demasiado peso para una psique tan frágil como la de una persona que carece de problemas de ese tipo.
Si las rosas no eran sino un regalo para alguien, le atribulaba el pensar que las emociones que pudiese tener aquel viejo hombre hacia cualquier persona no serían, con probabilidad, recíprocas. Que un amor platónico nunca cesaría de serlo por algo que se escapaba al control de aquel individiuo.
Y en ese momento, el hombre que iba ligeramente adelantado se sintió extremadamente inquieto y revuelto en su interior.  El hombre pasó de largo al trío dirección a solo el diablo sabe donde, con su ramo de rosas perfectas y su cuerpo imperfecto. Puede que mas contento que unas pascuas, indiferente al mundo exterior, puede que no. Y allí estaba el otro, el que tenía piernas y manos funcionales, joven y vigoroso, aturdido por sus pensamientos. Por la acera molestaba su voluptuoso carro, por la calle entorpecía al tráfico y los coches le pitaban (como acostumbran aquí). No encajaba en ningun lado, y eso es un pensamiento que viene atormentado a la humanidad desde hace eones. Pero no de esta manera. En ese momento era el que no tenía excusa para quejarse el que no encontraba uso para sus piernas. La situación ajena se contagió al testigo.
Y el hombre mayor en su silla de ruedas siguió circulando hacia su destino, desacelerando en los baches para que sus rosas no salieran despedidas de su cesta, meticulosamente calculando el trazado de su ruta para asegurar el presente, centrado en todo momento para que sus rosas llegaran en el mismo estado perfecto en el que las conducía. Y al final no sabemos ni a donde ni por qué llevaba un ramo de rosas rojas en su cesta, pero sí que tenía una razón de ser y que esas rosas, da igual lo feliz o infeliz que fuera, conducían su vehículo donde otros, entre los que se encontraba nuestro vidente instantáneo, no hubieran podido. Y una sensación de admiración se impuso en conflicto de las otras emociones, para marear mas si es posible.
Pintadas de rojo
Poco despues, las tres figuras llegaron a casa donde se separaron acometiendo cada cual su placer y él a escribir estas líneas para no olvidar lo que había pasado. Que en aquel momento preciso, en la Rue Serlin de Lyon, él había sido el señor viejo en la silla de ruedas con un ramo de rosas rojas, y le fue acaecido todo el pesar que había generado, y la admiración.
Pero no os equivoquéis, esto es una historia feliz. Pues veréis, quienquiera que fuese es señor en condiciones a priori lamentables, algo en la vida había ocurrido que merecía la pena una docena de rosas (ahorrándome las moñanadas), y él estuvo allí. Un alma sensible (y sabemos que no es necesariamente algo bueno) empatizó y vivió lo que fue aquello, y ahora como testigo único puedo asegurar que por donde anden esas rosas cabalga a su lado todas aquellas emociones que va removiendo y descubriendo a su paso y al final el peso de todas ellas acabarán con el motor de su silla.
Y en cuanto al penoso hombre del que os hablaba al principio, el que andaba taciturno adelantado a sus dos acompañantes, el que se sintió entristecido en la acera de la Rue Serlin camino a su casa, digamos que se lo pensó un poco y dejó de alejarse del grupo que dejaba atrás en ese momento. Que tras escribir estas líneas se levantó de su silla de ruedas y fue a darle sentido a aquellas rosas que llevaba en su cesta delantera.

viernes, 14 de octubre de 2011

Lo que cuenta es la intención...verdad?

1. Acostumbraos al caos.

Llego tarde, siempre llego tarde a todo excepto a las citas (aunque eso sea mas por las ansias que por otra razón). A Francia no me quedó mas remedio que llegar a la hora o no llegaría. A esto debía de ser de otra manera. Hoy si que llego tarde. Incluso me traje mi reloj de bolsillo analógico para que mis inevitables retrases tomasen un aspecto mas mas literario y encantador, pero ahora se me ha parado. Mas, lo que cuenta es la intención ¿verdad?
Otra vez...

Hoy brindamos que por fín llegué, y con mas adelanto de lo que se puede esperar de mí, debo añadir.
Llegué a contaros como llegué a la ciudad gabacha que me servirá de hogar en los próximos 9...bueno, 8 ya, meses. Hoy estamos a sabado, oficialmente, puesto que me he repartido esta entrada del blog en una zona horaria un poco confusa (la noche confunde hasta a los ordenadores). Yo llegué aqui el jueves. Jueves 1. Jueves 1 de Septiembre. Ha pasado un tiempo razonable para que haya podido conjetar un mínimo de ideas de las que hablar en estas páginas. En realidad miles me han llenado la cabeza de conversaciones con mi yo interno. A veces me miran por la calle cuando hablo conmigo mismo, así que se me sea permitido expresarme aquí, tras líneas de pixelada tinta electrónica, por el bien de nuestros vecinos quesófilos. A sabiendas del furor laboral (ja!) que inunda los puestos de funcionarios en el mes de Agosto, me arriesgué a posponer mi entrega de documentos hasta el último minuto, y me salió mal. Ahora el karma me abofetea a contramano: la Erasmus no llegará hasta dentro de, al menos, 1 mes (el dinero en todo caso, que es lo que todos entendemos por la Erasmus. Otras veces nos vamos sin un duro y no le damos las gracias a la universidad). Mea culpa. Llegué tarde una vez mas. Pero en mi defensa, adjunto que siempre tuve la intención de iniciar un blog, y ahora tengo la excusa perfecta para acaparar un poco mas de cyberespacio.  Llego tarde, pero lleno de intención. Un mes entero de intención para ser exactos.

Pero ahora Beethoven me ayuda a mantenerme en línea. Podéis imaginarme vestido de batín corto, sentado junto al fuego crujiente de invierno en mi "chaise longue" con una copa de coñac (hispanicemos, coño!) en la mano y la música del sordo mas sonóro de la historia en el fondo, dilucidando las ideas que me vienen como por arte de magia a mi cabeza. Libros que empapelan las paredes de saber filosófico y literatura rusa. Pero me temo que la realidad no puede ser mas alejada. El fuego que ilumina la habitación es mi pantalla y en vez de calentar el jugo destilado del color de la miel, solo caliento el sillón de cuero al cual se adhiere mi espalda. Sí es verdad lo del batín, de vez en cuando. Pero creédme que es menos encantador de lo que uno puede imaginar, en parte porque suele ser de color rosa violáceo y en parte porque no es mío. Pero dejémos mis tendencias travestidoras para otra ocasión. También hay un poco de Nietzsche por ahí, y de Bulgakov, pero me temo que el casero nos ha prohibido que encendamos la chimenea. Basta!
Estamos aquí para que os cuente y para que vosotros, maravillados, sepáis de mis periplos por la galia.

Llegué a tierras de extraradio por medio de nuestros amadísimos, afables y amistosos amigos de Ryanair, pero ¿que os puedo contar de ellos que no sepáis ya?. Mejor olvidar lo que hay que olvidar.
Cómo bien dice mi amiga Tuc, de manera mas refinada, el nivel de canguelo encuentra un renovado y fresco aire para surcar los cielos de mis adentros cual golondrina esquizofrénica, rozando con sus plumáceas extremidades las paredes de mi estomago, así enrabietando al monstruo que no me deja dormir. Las infames mariposas hitlerianas. Aquella noche no dormí. No fue demasiado difícil perdurar, ya que a las 5 de la mañana debía estar en planta de todos modos. Cualquiera que haya ido de viaje sabrá lo que es levantarse con mas entusiasmo en las antípodas de la noche que a mediodía un sabado, cuando lo que te espera es una aventura.
Olvidé meter muchas cosas en la maleta, por supuesto, así que llegué tarde, pero bueno, ya lo tenía en mente. Tras un mutualmente frío abrazo me despedí de mi padre, ansioso por dejar atrás mi vida de rutina y empezar de nuevo en otro país....otra vez. El sedentarismo me llama y me atrapa y lo odio y no lo puedo evitar y ahora se me presenta la oportunidad de hacer el celébre borrón y cuenta nueva, empezar desde cero, esculpir el grisáceo manto del futuro con el dorado cincel del presente.

El sol salió mientras sobrevolavamos las nubes. Poco después chirriaban las ruedas de caucho del avión en el asfalto del aeropuerto de Marsella y 8 euros después arribamos a la estación de trenes de St. Charles, donde en breves partiríamos hacia nuestro destino final: Lyon. El tiempo de espera se caracterizó por su mundanidad. El excitamiento quasi-orgásmico que me precipita el viaje internacional (y en aqueste nuestro bello país ibérico, también el nacional) fue eclípsado por una fatiga roedora y sibilina. ¿Sospechoso de la causa número 1?  26 horas de lucidez contínuas.

Os habréis fijado en el uso del plural de las útlimas líneas. Los que me conocen directamente achacarían esto a un bipolarismo inherente, comunmente presenciado en mi persona. Entra aquí el personaje segundo de nuestra maravillosa historia: Clara. Siento decepcionar a algunos en diciéndoos que "no existe" susodicho bipolarismo (diagnosticado) y que en este caso es real. Y tan real. Es la realidad mas real que hay en mi vida en estos momentos. Ésta, su realidad hace que mi entorno me parezca mas real, y de nuevo siento si decepciono a algún romanticón meloso y babeante de lujuria pecaminosa que pensaba que el amor era todo vivir en el mundo irreal de la fantasía amatoria (o mamatoria, como lo vea cada uno). No. En mi mundo real está ella y me hace tener los pies en la tierra. Y mas adelante veréis por qué. Por ahora sepamos meramente que ella me acompaña a todos lados y es mi fiel escudera y compañera, y como suele suceder en estos casos, es mucho mas inteligente y lógica que el hidalgo maltratado por su propia mente. ¡Que Dulcinea ni que melazas!

Llevado por las alas quietas
En la melange de esta verborrea caótica que se vira en demasía me percato de un cansancio novel en este día. ¡Sea hecha, pues, la voluntad de aquel conocido Hypnos y secuéstreme la noche y que extinga la llama de mi concienca en esta velada íntima que comparto hoy con el mundo! Doy por cerrada esta introducción. Hic terminamus.
En disculpando la abrupta despedida me retiro al griterío inequívoco de mis sueños y pesadillas y os dejo desamparados en la cuneta de la curiosidad, deseando bulliciosos la llegada de una nueva entrega de esta mi aventura por la tierra de los baguettes y  los cigarrillos.

Una despedida sin adiós.